El canto gregoriano fue el único repertorio musical de la Edad Media que llegó a todas las clases sociales y a todos los rincones de la cristiandad.
El papa Gregorio I llevó acabo una reforma a la liturgia romana (Antiphonale Cento), para recopilar cantos y melodías romanas que fuesen fáciles de captar y cantar con miras a la unificación litúrgica de Occidente, con Roma a la cabeza.
Música monódica – apropiada para la meditación y el descanso.
El canto gregoriano es monódico es decir de una sola voz, pueden ser muchos pero se respeta eso si bien tiene libertad rítmica. Cada nota es una especie de átomo temporal. El ritmo pone en movimiento estos átomos. Es una música modal escrita en escalas de sonidos muy particulares, que sirven para despertar variados sentimientos, como recogimiento, alegría, tristeza, serenidad…
En las abadías, el monje se identifica con la vida monástica a través de la oración, recitada siempre según el Canto Gregoriano, siete veces al día:
Maitines: plegaria de vigilia.
Laudes – Prima: plegaria de la mañana.
Tercia: nueve de la mañana.
Sexta: doce del mediodía.
Nona: tres de la tarde.
Vísperas: seis de la tarde.
Completas: antes de ir al descanso.
Según San Agustín – «el que canta ora dos veces”.
El canto gregoriano jamás podrá entenderse sin el texto el cual tiene prelación sobre la melodía y es el que le da sentido a ésta. Por lo tanto, al interpretarlo, los cantores deben haber entendido muy bien el sentido del texto. Su melodía es silábica. A cada sílaba del texto corresponde un sonido y es melismática cuando a una sílaba corresponden varios sonidos. Hay melismas que contienen más de 50 de ellos para una sola sílaba. El texto está en latín, lengua del Imperio romano extendida por Europa .
La Misa – el Oficio Divino
En la Misa, o celebración de la Eucaristía, hay dos grupos de piezas, a saber: El Propio de la misa, formado por piezas de texto que varían dependiendo de la festividad o el tiempo litúrgico en el que nos encontremos. Sus piezas principales son: el Introito (entrada), el Gradual (canto de la lectura), el Aleluya (alabanzas a Dios), Canto del Ofertorio (canto de acompañamiento) y el Canto de la Comunión.
El Ordinario de la misa, formado por cantos de textos fijos que se repiten en todas las misas diarias o especiales. Sus piezas destacadas: el Kyrie «Señor, ten piedad»
– Kyrie eleison.
– Christe eleison.
– Kyrie eleison.
Forma parte del ordinario de la misa, está presente en casi todas las misas del año. La letanía de los santos comienza con esta invocación, piezas litúrgicas en lengua griega otra el Agios o Theos– Santo Dios. Santo Fuerte. Santo Inmortal– Liturgia del viernes Santo
El Gloria (himno de origen oriental del siglo II), el Credo, el Sanctus (himno de los serafines) y el Agnus Dei «Cordero de Dios».
Los textos fueron tomados de los Salmos y otros libros del Antiguo Testamento; algunos provenían de los Evangelios y otros de inspiración de los grandes teologos de la Iglesia generalmente anónima.
Siempre interpretado en la Iglesia y para diferentes oficios: Misas- Liturgias especiales según los tiempos del año Oficio Divino y otros cantos como:
Tropo era la glosa literario-musical que se introducía en medio de determinadas piezas gregorianas. La versatilidad de este sistema compositivo dio origen a numerosas formas, incluso en lengua vulgar.
El trovador recibe su nombre del tropo: tropator, compositor de esta música.
Secuencias– Es el himno poético litúrgico de la Misa en rito romano
cantos procesionales etc.
El Himno a San Juan escrito por el historiador lombardo «Pablo el Diácono» en el siglo VIII
Escrito sobre tetragramas, es decir sobre 4 líneas, a diferencia del pentagrama de la música actual. Sus notas se denominan punto cuadrado (punctum quadratum), virgas si aparecen individualmente, o neumas si aparecen agrupadas; tienen igual valor en cuanto a su duración, a excepción de: las que tienen epicema horizontal, la nota precedente al quilisma (no era nota sino signo representativo) y la segunda nota del sálicus cuya duración se prolonga ligeramente más con un sentido expresivo y las notas que llevan punto el cual tiene la duración de una nota simple.
Esta notación tenía la función de ayudar a la memoria para aquel que ya tenía idea de como debía sonar.
Un monje benedictino llamado Guido d’Arezzo (Italia 990 – 1050) encontró la solución. A partir del himno de las vísperas de la fiesta de S. Juan Bautista se dio cuenta que cada verso del texto latino se iniciaba con una nota distinta y asignó a cada nota la primera sílaba de cada estrofa
La escala: UT queant laxis REsonare fibris MIra gestorum FAmuli tuorum, SOLve polluti LAbii reatum, Sancte Ioannes (SI).
Así del verso: “ut queant laxis” utilizó la primera sílaba: ut, que con el tiempo cayó en desuso y fue sustituida por: do.
De “ resonare fibris” utilizó la primera sílaba: re.
De “mira gestorum” utilizó la primera sílaba: mi.
De “famuli tuorum” utilizó también la primera sílaba: fa.
De “solve polluti” utilizó su primera sílaba: sol.
De “Labii reatum”utilizó la sílaba la.
La nota si, no fue hasta mucho más tarde, a finales del siglo XV, y a principios del XVI, cuando surgió y se generalizó. Hay quién atribuye a «Anselmo de Flandes», el haber sacado del final de este himno, esta nota musical, pues del “Sancte Ioannes”, tomó la “S” de Sancte, y la “I” de Ioannes, surgiendo de este modo un nuevo nombre, el de la séptima nota: la mencionada nota «si».
Posteriormente, en el siglo XVII, el musicólogo italiano Giovanni Battista Doni sustituyó la nota ut por Do.
Facistol de la Catedral de Granada – España- de Alonso Cano – 1652 -Coro de la Catedral de Almería
Para este tiempo de Adviento
Países que hicieron historia…
En Inglaterra
La misión gregoriana, conocida también como «La misión agustina», fue el esfuerzo misionero del papa Gregorio Magno en 596. Liderados por Agustín de Canterbury, su objetivo era convertir a los anglosajones al cristianismo. El objetivo del pontífice no era únicamente convertir a los británicos, sino también de impulsar la cooperación de reyes y obispos para trabajar conjuntamente por la conversión de los paganos que habitaban en territorios ya cristianizados.
La primera aparición del canto gregoriano en Inglaterra estuvo a cargo de monjes y sacerdotes de la romana ‘Schola Cantorum’, quienes, una vez cruzado el Canal de la Mancha en la primavera del año 597, impartieron lecciones de coro y canto en iglesias y monasterios de aldeas y de otras tantas ciudades como: Kent, Canterbury, Essex, Wearmouth y Northumbria. Los misioneros introdujeron también una forma de canto litúrgico similar a la usada en Roma durante la misa. Durante los siglos VII y VIII, Canterbury era conocida por la excelencia de su canto, y enviaba maestros para instruir a otros centros religiosos. Uno de ellos, «Jacobo el Diácono» enseñó canto en Northumbria tras el regreso de Paulino a Kent; Beda «el venerable»señalaba que Jacobo era un virtuoso en el canto. Alcuino de York lo llevó como parte de la educación que buscaba Carlomagno en Aquisgran.
En Alemania
En el sur de Alemania (Baviera) parece ser que el antifonario gregoriano penetró a principios del siglo VIII. Gregorio II el año 716 escribía que en toda iglesia hubiesen sacerdotes con la facultad de celebrar (sacrificandi et ministrandi) así como de cantar según el modelo de la tradición de la Iglesia de la Santa y Apostólica Sede Romana. Más tarde la liturgia franco-romana enseguida encontró una amplia difusión y el canto gregoriano fue cultivado maravillosamente gracias al influjo de numerosas escuelas catedralicias y monásticas. Comentario de varios autores sobre la ‘Schola Cantorum’ que esta pasaba muchas dificultades por las escasas condiciones vocales del alemán:
“Sus voces ásperas, que resuenan como trueno, no peden ejecutar modulaciones suaves porque sus gargantas, enronquecidas de tanto beber,
no pueden emitir las inflexiones de voz requeridas para una melodía tierna”.
San Galo (actual Suiza) influyó mucho en la música germánica
La celebérrima Abadía de San Galo (Saint-Gallen), donde se ha conservado los códices más antiguos e interesantes de canto en su estupenda biblioteca, y cuyos maestros han dejado escrito para siempre sus nombres en la historia de la música.
El canto gregoriano tuvo una notable firmeza en tierra germana, a punto tal que recorrería todas las gamas del cancionero nacional. Por caso, las fuentes gregorianas de las canciones de tono popular de Neithart von Reuental y de Walter von der Vogelweide, como así también los populares ‘Minnesang’ y ‘Meistersinger’, además de otros tipos de canciones que eran acompañadas con instrumentos de viento que vinieron después.
En Francia
Fue el obispo de Metz, Crodegango, el que a su regreso de una misión en Roma, en el año 723, fue el primero a introducirlo. El rey Pepino, que en ocasión de la estancia en París del papa Esteban II (754) había tenido la oportunidad de conocerla y apreciarla, quiso que los cantores romanos la enseñasen a los cantores franceses, y que un maestro de canto fundase una escuela en Metz. Estos fueron enviados diligentemente por el Papa para tal fin. Más tarde, siempre a instancias del rey, Pablo I (757-767) mandó a Francia los primeros libros gregorianos, un Antifonario y un Responsorial, así como otro maestro de canto romano, un tal Simón, el cual organizó una escuela en Rouen. Carlomagno, hijo de Pepino, se ocupó quizá con un celo aún mayor que el de su padre, de la adopción cada vez más amplia de la liturgia y del canto romano. A él, tras una petición suya, el papa Adriano (772-795) mandó a Teodoro y a Benito, doctísimos cantores de la Iglesia romana, que eran eruditos en la escuela de San Gregorio, y les entregó los antifonarios gregorianos con notación romana. En los frecuentes capitulares por él emanados insiste en la obligación de los obispos de cuidar la buena ejecución de la salmodia, corregir los errores y los abusos y de proveer a la institución en las parroquias y sedes episcopales de escuelas de “pueri cantores”, así como examinar detenidamente a los clérigos acerca del oficio diurno y nocturno según el rito romano. Le atribuyen a Adam de Saint-Victor, poeta y compositor parisiense, haber sido en el siglo VII uno de los más importantes difusores del canto litúrgico francés con marcada ascendencia gregoriana.Los músicos litúrgicos franceses volviéronse con el tiempo al canto gregoriano con acompañamiento del órgano.
El musicólogo Jos Ekkehard anota en su ensayo que:
...el canto gregoriano en iglesias francesas era de sabor muy particular y muy individualizable… y posee cierta dulzura propia”.
La época de mayor brillantez
Ocurrió hacia el siglo IX cuando se estableció la división de los cantos de la Misa
Cantos del Ordinario (Kyrie, Gloria, Credo Sanctus, Benedictus y Agnus Dei) y
Cantos del Propio (Introito, Graduale, Tractus, Alleluya, Ofertorio, Communio) que servirán como esquema aún en nuestros días para los compositores que abordan la forma Misa, tan importante en la Música Sacra.
La nueva técnica Polifónica demolió el canto Gregoriano.
Las autoridades eclesiásticas sujeta a los devenires sociales y a la crisis moral poco pudo o quiso hacer para evitar que su canto oficial fuese cayendo en el olvido. Las grandes abadías se convirtieron en el refugio seguro para los manuscritos antiguos, pero también donde los mismos monjes experimentaron libremente con la nueva corriente.
Su renovación en el s. XIX en Italia
El Papa Pìo IX en 1868 renovó los estudios y programas de enseñanza del canto gregoriano de la ‘Schola Cantorum de Letràn’, mandando a hacer lo propio en las instituciones de canto religioso de Milán, Roma y Venecia. Vemos una Iglesia verdaderamente preocupada por recuperar y revalorar el Canto Gregoriano, no solo por su aspecto o valor cultural, sino y sobre todo por su insuperable valor espiritual y oracional.
En 1882 obispos italianos fundaron en Arezzo, a requerimiento del Vaticano, la Asociación Italiana de Canto, a cuyos miembros se les mandaba a asociar el estilo palestriniano a las formas originales de la música gregoriana. Dos años más tarde, el Papa León XIII ordenará el comienzo de todos los cantos litúrgicos con entonaciones gregorianas. Hasta que recién en 1903 el Papa Pío X promulgó el famosos decreto ‘Motu Proprio’ , también conocido como ‘Editio Vaticana’, cuya finalidad consistía, por un lado, en retomar la originalidad del canto gregoriano, y, por el otro, autorizar a los benedictinos a cantarlo en los oficios religiosos.
Una lenta… pero efectiva recuperación
Durante el siglo XIX el fervor romántico por el mundo medieval descubrió este canto, atribuido a san Gregorio Magno. Un clérigo francés que, impregnado del más profundo sentimiento romántico, visitaba asiduamente las ruinas de un viejo monasterio caído, el priorato de Solesmes, sintió un deseo irresistible de restaurar el cenobio en ruinas y emprender en él la vida de los monjes antiguos. Este hombre fue Dom Guéranger, impulsor de la vida monástica benedictina, que había caído en el ostracismo después de la Revolución francesa, e iniciador del movimiento litúrgico cuyos frutos se verán en los pontificados de san Pío X y de Pío XII.
Dom Guéranger hizo que los monjes de su monasterio se dedicasen a reconstruir las melodías gregorianas según su auténtica configuración. Para ello se dedicaron al estudio de primitivos códices, de manera que ya a fines de siglo nuevas ediciones musicales exhibían un canto enteramente remozado según la notación neumática de los códices, reconstituían las melodías según su dibujo original y sentaban las bases para una interpretación cada vez más auténtica. Los monjes de Solesmes formaron así una escuela de investigación musicológica de primera categoría, con un sistema de interpretación característico, que ha servido de modelo en todo el mundo.Así surgió gran interés por este canto, no sólo en los medios eclesiásticos y monástico sino también entre los musicólogos e historiadores. Estos se percataron de la importancia que tuvo el canto gregoriano y establecieron los principios de la teoría musical que actualmente están vigentes en las escuelas.
Coros de monjes y otros más o menos profesionales dedicaron sus esfuerzos a difundir el canto gregoriano a través de grabaciones discográficas, siguiendo el modelo del coro de Solesmes, que realizó una gran colección de discos de reconocida calidad. En España los monjes benedictinos de Silos y Montserrat siguieron las huellas de Solesmes.